Exactos quince años atrás, entre febrero y abril de 2000, cumplía ya tres vueltas al Sol el noviazgo más largo que he tenido. Éste había empezado con buen y prometedor pie en enero de 1997, justo cuando cursaba el primer semestre de Biología en la Universidad Central de Venezuela, cumplía la mayoría de edad y comenzaba a preocuparme, cual si fuera gringo, por cómo, cuándo y dónde podría comprarme una vivienda propia...
Los primeros dos años de aquella relación formaron parte del que considero el período más feliz de mi vida, sin embargo, para el momento en que dio inicio el nuevo milenio, sentía que muchas cosas no me estaban fluyendo como quería, como proyectaba o como deberían. No me sentía a gusto con la carrera, el dinero me duraba cada vez menos, el carro se jodía cada vez más, el país se encaminaba por un terrible derrotero luego de haber cometido el peor error de su segundo siglo de historia republicana y mi noviazgo se sentía pantanosamente estancado. Carente de estímulo, sin novedad, aburrida y repetitiva, la relación seguía casi exactamente igual que como había empezado y, para más colmo, la frustración generaba roces, desencuentros y hasta peleas.
Los primeros dos años de aquella relación formaron parte del que considero el período más feliz de mi vida, sin embargo, para el momento en que dio inicio el nuevo milenio, sentía que muchas cosas no me estaban fluyendo como quería, como proyectaba o como deberían. No me sentía a gusto con la carrera, el dinero me duraba cada vez menos, el carro se jodía cada vez más, el país se encaminaba por un terrible derrotero luego de haber cometido el peor error de su segundo siglo de historia republicana y mi noviazgo se sentía pantanosamente estancado. Carente de estímulo, sin novedad, aburrida y repetitiva, la relación seguía casi exactamente igual que como había empezado y, para más colmo, la frustración generaba roces, desencuentros y hasta peleas.