No sé por qué, pero los números que la cultura popular -más no la teoría matemática- llama "redondos" siempre me han gustado bastante. Imagino que es entonces por eso que los años terminados en '0 o '5 siempre los asumo como "años significativos".
Repensándolo, lo anterior quizá sea debido a una conexión inconsciente -y nada original- con la tradición universal que valora, con mayor carga conmemorativa, los aniversarios llamados "de Plata" (25 años), "Oro" (50) y "Platino" (75) (por no hablar de los centenarios) y que, cuando aún no se alcanzan, se consuelan con unidades de diez, tales como los "décimo", "vigésimo", "trigésimo" aniversario, etc. Es decir ¿algún vez han visto un DVD o CD conmemorativo por el "17° aniversario" de una película clásica o el "22° aniversario" de un disco famoso? ¡No! ¿La gente se hace un drama cuando cumple 30, 40 o 70 años o cuando cumple 26, 32 o 55? Nuestra cultura está montada en una escala decimal y es sobre ella que se marcan los hitos.
2015, por tanto, me invitaba desde lo recóndito de mi cerebro y en forma insistente, a buscarle un significado, emotivo e importante, que me obligase a vestir de etiqueta, pronunciar un discurso y beber champagne...
Para ser precisos y honestos, de las dos conmemoraciones que han rondado mi cabeza durante todo este año, una de ellas no es múltiplo de cinco, por lo que no debería ser traída a colación... Sin embargo, si la he tenido presente desde al menos marzo, ha sido porque todas las fechas que he querido recordar, cayeron este año en los mismos días de la semana en que lo hicieron en 2009, año en que empezó el actual período de mi vida.
Ese recuento de lo que pasó entonces lo dejaré para después porque lo he planificado para varias entradas; hoy, por tanto, quiero irme más atrás, a una época en que todo lucía más sencillo y prometedor y en que, como buen muchacho, me sentía inmortal y destinado a conquistar el mundo: octubre de 1995, el inicio del que considero el período más feliz de mi vida...
CONTINUARÁ...
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