|
Afiche original de lanzamiento (click) |
Si hay una película que a principios de año
me había logrado entusiasmar con tan sólo ver el tráiler -pese a no saber nada
sobre su realización (nunca supe que la estaban produciendo)- esa era Snow White and the Huntsman
(Sanders, 2012), la cual de verdad estaba deseando ver con sincera y abierta
expectativa. Pero ojo: no era esa expectativa con la que se espera el retorno
de un director admirado, la secuela de una serie taquillera o la
reinterpretación de un personaje archiconocido, no. Era más bien esa
expectativa original que siembra la secuencia de imágenes contenidas en un tráiler,
cuyo único propósito es hacernos querer ver la película por el puro goce de ver
más. Punto.
Sin embargo, parece que las cautivadoras
imágenes que me habían seducido en pocos segundos no habían quedado en el
tráiler por mera casualidad o sentido expreso, sino porque fueron las únicas
que encontraron los promotores para darnos a entender que esta nueva versión de
Blanca Nieves era una aproximación oscura y tenebrosa que ponía el acento en la
propuesta estética para, de esta forma, ser recordada como un atrevimiento
largamente deseado, etc., etc., etc.