Concentración estudiantil. Junio de 2007 |
Escribo estas
líneas al calor de la guerra abierta que ha estallado en la franja de Gaza y
que viene a sumarse a la que, más al norte, lleva ya año y medio entre Ucrania
y Rusia.
Un poco más cerca y
con mucho menos sangre, sigo con atención la “guerra” que se ha desatado al
interior del Partido Republicano que, con escaso margen, controla la Cámara de
Representantes del Congreso de los Estados Unidos de América y que se ha
quedado, por primera vez en su historia, sin un Vocero de la Mayoría.
Aquí en nuestro
país veo cómo Enrique Capriles se retira de las primarias opositoras en las que
todo parece indicar que la ganadora será María Corina Machado, pese a que se
halla inhabilitada para competir en las elecciones presidenciales.
Todo lo anterior acontece en un marco de inflación mundial y temperaturas que rompen récords históricos, de teorías de la conspiración que, por más esquizofrénicas que sean, no dejan de ser seguidas por millones, y de una incapacidad creciente de conducir debates o negociaciones racionales porque hoy en día la opinión pública está signada por unas redes sociales en donde la gente quiere ser más papista que el papa…
Yo veo y analizo las
escenas arriba descritas, tratando de entender el porqué de lo sucedido y,
sobre todo, de prever a lo que nos conducirá, echándole mucha cabeza pero lamentando
que no cuento con la compañía y ayuda del profesor Antonio Cova, mi papá.
Y es que en estos
diez años desde que lo perdí, no ha ocurrido un solo acontecimiento mundial que
no me hiciera querer debatirlo con la persona que sembró en mí el interés por
la Historia y su errático devenir, la persona que cuando descubrió que, a mis
tiernos 12 años, me había vuelto fanático de algunas películas como Rambo y
otras inspiradas en la guerra de Vietnam, tomó de una de las muchas bibliotecas
de la casa un enorme atlas geográfico para explicarme por qué los Estados
Unidos se había metido en aquel berenjenal.
Desde muy joven,
mis padres, académicos ambos, me enseñaron a pensar críticamente y a que
hiciera el esfuerzo por ponerme siempre en los zapatos del otro, de modo de
poder entender por qué la gente actuaba como lo hace; pero mientras mi mamá se
enfocaba más en el aspecto ético de mi formación, mi papá se dedicó a lograr
que me interesara por el mundo y sus problemas, invitándome a sentarme con él
frente al televisor, no sólo para ver la serie de la semana y comentarla, sino
también a la hora de los noticieros, deteniéndose siempre con algún comentario
contextualizador que ampliara mi experiencia mucho más allá de los transmitido
en la pantalla.
Desde muy pequeño
crecí acostumbrado a la frase inquisitiva “¿cómo será tener al profe como tu
papá?” y la verdad es que no sé si aún ahora pueda responderla, porque para mí
era simplemente mi papá y ya, sin consciencia alguna de que, aparentemente,
fuese distinto a la media. Creo sinceramente que, como la inmensa mayoría, sólo
hizo lo que pudo y lo que le salió natural, quizá con la suerte de que lo que
le salía natural era, precisamente, transmitir conocimiento o, más importante
aún, el querer aprender y a tener la mente siempre dispuesta a la reflexión y
el análisis. Esas son las cosas que me enseñó como padre, sin darnos cuenta que
eran las cosas que enseñaba también en clase.
Podría concluir
diciendo que es debido a eso que lo extraño tanto y que no pasa un solo día en
que no lo recuerde con melancolía. Y quizá haya algo de esa falta de guiatura
intelectual, esa sensación de orfandad que uno siente cuando sale al mundo solo
y ya no tiene consigo a los maestros que nos enseñaron a resolver problemas
durante el período formativo, sí; pero lo cierto es que simplemente lo extraño
porque era mi papá… ¡Y ya!
No hay comentarios:
Publicar un comentario