domingo, 26 de enero de 2014

En la boca del lobo

Afiche de lanzamiento (Haz click)
   A tiempo para la temporada de premios llega a nuestras salas la última película que nos regalara Martin Scorsese el día de Navidad: The Wolf of Wall Street (literalmente, El lobo de Wall Street en nuestro mercado hispano) la cual trataré de definir mediante el exagerado ejercicio de resumirla en una oración: es Goodfellas en (más) cocaína.

   En realidad no es una trama como la de Goodfellas -hampones neoyorkinos y su modo de vida lujoso- sino más bien… Estafadores neoyorkinos y su modo de vida lujoso. Suenan idénticas, pero la sutil diferencia en la naturaleza del delito -y al pecado del que derivan- da para contar una historia completamente diferente.

   Ok, es cierto, ambas cintas se parecen y no sólo en la temática: la técnica narrativa, eso que Aristóteles llamó ἦθος, πάθος y λóγος, también recuerdan a los del clásico de 1990. Empecemos con algunas de las similitudes:


   Ambas películas son tomadas de la vida real de un criminal convicto y confeso, cuyo testimonio autobiográfico aparece, narrado en off, por aquí y por allá en repetidas oportunidades. En el clímax de Goodfellas, la intervención del narrador llega al extremo cuando Henry Hill, el protagonista que interpreta Ray Liotta, rompe la cuarta pared y comienza a hablarle directamente a la audiencia -es decir, mira a la cámara, se sale de la ficción y nos habla a nosotros-. En The Wolf of Wall Street, Jordan Belfort -el personaje de Leonardo DiCaprio- replica la técnica ya desde el principio y la repite en varias oportunidades hasta el final. En las dos películas, el sidekick, el compinche del protagonista, lo interpreta un gordito de poca estatura -Joe Pesci y Jonah Hill, respectivamente- que supera al protagonista en un grado combinado de maldad y torpeza pocas veces tan bien interpretado (aseguran quienes conocieron a sus contrapartes de la vida real, que ambas interpretaciones son enormemente similares a sus modelos históricos). Y finalmente, en ambas películas, el protagonista recurre al mismo acto de desesperación para intentar salvarse cuando el mundo entero se le viene encima (perdonen que no de detalles, pero no quiero arruinarle el desenlace a quienes no han visto aún ninguna de las dos películas).

   Pero no se decepcionen de antemano pensando que se trata de la nueva película de un director decadente que, en su vejez, intenta replicar las fórmulas que lo hicieron famoso de modo de intentar revivir su carrera. No es éste el caso porque,  para empezar, Martin Scorsese ni está en decadencia ni tiene necesidad de revisar su pasado glorioso. No lo hace porque no ha dejado de cosechar éxitos y, más importante aún, porque estaría actuando contra-intuitivamente, ya que de todas sus películas, la que más recaudó en taquilla y, sobre todo, la que por fin le valió el tan-elusivo-Oscar, The Departed (2006), es una obra significativamente distinta en estructura y estilo a “la marca Scorsese”, en la que es normal hallar montones de recursos cinematográficos mezclados posmodernamente.

   Las coincidencias vienen porque ambas realidades se parecen y porque la moraleja que se desprende de ambas (y vaya que ambas tiene un importante mensaje que dejar) se interpretan mejor por un mismo camino, que es el del shock; elevarnos para luego soltarnos. La historia de Jordan Belfort es una advertencia sobre la vacuidad de una vida de excesos sin preocupaciones ni remordimientos. Por no entender esa simple idea, muchas de las críticas han concluido que la película carece de alma; que no nos muestra el otro lado de la historia y se centra sólo en la hedonista y bacanal, con las víctimas brillando por su ausencia. Opino que, de ser así, la película hubiese perdido su fuerza conmovedora. Scorsese lo que quiso fue atraparnos, ponernos en evidencia ofreciéndonos una vida con la que secretamente soñamos… ¡Todos!

   Diremos que sí, aunque no tan excesivamente… Pero es mentira: una vez que se empieza a disfrutar, es muy difícil parar. Incluso cuando nuestras conciencias nos alertan de los riesgos de seguir, las acallamos gracias al apoyo de los demás, de “los otros”, esos que siempre son mostrados como los que nos pueden salvar, pero que son también muchas veces los que nos empujan a continuar. Belfort fue el líder carismático de una horda de saqueadores. Como buen caudillo, lo elevaron al status de ídolo y se hizo adicto al peligro y la adoración perpetua. Y es esa la que fue y sigue siendo su verdadera adicción, la que lo lleva hoy, como a los usuarios de parches de nicotina, a seguir buscando placer por una vía menos dañina (atención con la escena final en donde aparece el verdadero Jordan Belfort). El resultado es chocante, pero es una excelente lección porque, a diferencia de en Goodfellas, aquí a nadie le pusieron una pistola en la cabeza… Ni siquiera a las víctimas.

   Mi mayor crítica a la película es que sea quizá un poco larga: exactos 180 minutos que rozan el tedio. La editora reveló poco antes del estreno (aquí y aquí) que el montaje original era de 4hh, para ser estrenados en dos volúmenes, a lo Kill Bill, pero que al final decidieron abreviar. Podría haber sido interesante, pero imagino que la intención era meternos una sobredosis. Si es así, lo lograron. Prepárense para ser sacudidos.


Mi voto IMDb: 9/10.

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