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En realidad no es
una trama como la de Goodfellas -hampones
neoyorkinos y su modo de vida lujoso- sino más bien… Estafadores neoyorkinos y
su modo de vida lujoso. Suenan idénticas, pero la sutil diferencia en la
naturaleza del delito -y al pecado del que derivan- da para contar una historia
completamente diferente.
Ambas películas son
tomadas de la vida real de un criminal convicto y confeso, cuyo testimonio
autobiográfico aparece, narrado en off, por aquí y por allá en repetidas
oportunidades. En el clímax de Goodfellas,
la intervención del narrador llega al extremo cuando Henry Hill, el
protagonista que interpreta Ray Liotta, rompe la cuarta pared y comienza a
hablarle directamente a la audiencia -es decir, mira a la cámara, se sale de la
ficción y nos habla a nosotros-. En The
Wolf of Wall Street, Jordan Belfort -el personaje de Leonardo DiCaprio-
replica la técnica ya desde el principio y la repite en varias oportunidades
hasta el final. En las dos películas, el sidekick,
el compinche del protagonista, lo interpreta un gordito de poca estatura -Joe
Pesci y Jonah Hill, respectivamente- que supera al protagonista en un grado
combinado de maldad y torpeza pocas veces tan bien interpretado (aseguran
quienes conocieron a sus contrapartes de la vida real, que ambas interpretaciones
son enormemente similares a sus modelos históricos). Y finalmente, en ambas
películas, el protagonista recurre al mismo acto de desesperación para intentar
salvarse cuando el mundo entero se le viene encima (perdonen que no de detalles,
pero no quiero arruinarle el desenlace a quienes no han visto aún ninguna de
las dos películas).
Pero no se
decepcionen de antemano pensando que se trata de la nueva película de un
director decadente que, en su vejez, intenta replicar las fórmulas que lo
hicieron famoso de modo de intentar revivir su carrera. No es éste el caso
porque, para empezar, Martin Scorsese ni
está en decadencia ni tiene necesidad de revisar su pasado glorioso. No lo hace
porque no ha dejado de cosechar éxitos y, más importante aún, porque estaría
actuando contra-intuitivamente, ya que de todas sus películas, la que más
recaudó en taquilla y, sobre todo, la que por fin le valió el
tan-elusivo-Oscar, The Departed (2006),
es una obra significativamente distinta en estructura y estilo a “la marca Scorsese”,
en la que es normal hallar montones de recursos cinematográficos mezclados
posmodernamente.
Las coincidencias
vienen porque ambas realidades se parecen y porque la moraleja que se desprende
de ambas (y vaya que ambas tiene un importante mensaje que dejar) se interpretan
mejor por un mismo camino, que es el del shock; elevarnos para luego soltarnos.
La historia de Jordan Belfort es una advertencia sobre la vacuidad de una vida
de excesos sin preocupaciones ni remordimientos. Por no entender esa simple
idea, muchas
de las críticas han concluido que la película carece de alma; que no nos
muestra el otro lado de la historia y se centra sólo en la hedonista y bacanal,
con las víctimas brillando por su ausencia. Opino que, de ser así, la película
hubiese perdido su fuerza conmovedora. Scorsese lo que quiso fue atraparnos,
ponernos en evidencia ofreciéndonos una vida con la que secretamente soñamos…
¡Todos!
Diremos que sí,
aunque no tan excesivamente… Pero es mentira: una vez que se empieza a
disfrutar, es muy difícil parar. Incluso cuando nuestras conciencias nos alertan
de los riesgos de seguir, las acallamos gracias al apoyo de los demás, de “los
otros”, esos que siempre son mostrados como los que nos pueden salvar, pero que
son también muchas veces los que nos empujan a continuar. Belfort fue el líder
carismático de una horda de saqueadores. Como buen caudillo, lo elevaron al
status de ídolo y se hizo adicto al peligro y la adoración perpetua. Y es esa
la que fue y sigue siendo su verdadera adicción, la que lo lleva hoy, como a
los usuarios de parches de nicotina, a seguir buscando placer por una vía menos
dañina (atención con la escena final en donde aparece el verdadero Jordan
Belfort). El resultado es chocante, pero es una excelente lección
porque, a diferencia de en Goodfellas,
aquí a nadie le pusieron una pistola en la cabeza… Ni siquiera a las víctimas.
Mi mayor crítica a
la película es que sea quizá un poco larga: exactos 180 minutos que rozan el
tedio. La editora reveló poco antes del estreno (aquí
y aquí)
que el montaje original era de 4hh, para ser estrenados en dos volúmenes, a lo Kill Bill, pero que al final decidieron
abreviar. Podría haber sido interesante, pero imagino que la intención era meternos
una sobredosis. Si es así, lo lograron. Prepárense para ser sacudidos.
Mi voto IMDb: 9/10.
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