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Las películas
que quieren hacer crítica a la religión, suelen ser maniqueístas al punto, es
mi parecer, de que todo mensaje se pierde. No es el caso de la última película
de Stephen Frears, Philomena.
No al menos para quien sabe mirar y escuchar con atención.
Antes de entrar en debates
fílmicos, agarraré el toro por los cuernos para dejar claras mis convicciones:
sí, en nombre de la religión cristiana se han cometido excesiva cantidad de abusos
pero, pese a ello, sigue siendo, si sumamos todas sus distintas denominaciones
y variantes, la primera religión del planeta o, lo que es lo mismo, sigue
siendo la más extendida cosmovisión sobre cómo y por qué está organizado el
mundo y cuál debe ser nuestra manera de relacionarnos entre nosotros y con ese
vasto universo que, según, alguien
creó.
Philomena no es una película que se
meta en tamañas profundidades. No esperen grandes debates
antropológico-filosóficos acerca de si la religión sigue cumpliendo algún rol
en nuestra sociedad o de si ya va siendo hora que nos libremos de la fe,
cualquiera que esta sea, y nos metamos de lleno en lo que Auguste Comte llamó
“la fase positiva”, última en la evolución del pensamiento humano… ¡No! La
película de Frears es la adaptación de un libro de periodismo investigativo publicado
en 2009 por el británico Martin Sixsmith y trata sobre la búsqueda hecha por una
irlandesa, llamada Philomena Lee, de su hijo “perdido”.