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Las películas
que quieren hacer crítica a la religión, suelen ser maniqueístas al punto, es
mi parecer, de que todo mensaje se pierde. No es el caso de la última película
de Stephen Frears, Philomena.
No al menos para quien sabe mirar y escuchar con atención.
Antes de entrar en debates
fílmicos, agarraré el toro por los cuernos para dejar claras mis convicciones:
sí, en nombre de la religión cristiana se han cometido excesiva cantidad de abusos
pero, pese a ello, sigue siendo, si sumamos todas sus distintas denominaciones
y variantes, la primera religión del planeta o, lo que es lo mismo, sigue
siendo la más extendida cosmovisión sobre cómo y por qué está organizado el
mundo y cuál debe ser nuestra manera de relacionarnos entre nosotros y con ese
vasto universo que, según, alguien
creó.
Philomena no es una película que se
meta en tamañas profundidades. No esperen grandes debates
antropológico-filosóficos acerca de si la religión sigue cumpliendo algún rol
en nuestra sociedad o de si ya va siendo hora que nos libremos de la fe,
cualquiera que esta sea, y nos metamos de lleno en lo que Auguste Comte llamó
“la fase positiva”, última en la evolución del pensamiento humano… ¡No! La
película de Frears es la adaptación de un libro de periodismo investigativo publicado
en 2009 por el británico Martin Sixsmith y trata sobre la búsqueda hecha por una
irlandesa, llamada Philomena Lee, de su hijo “perdido”.
Resulta que cuando
era adolescente, allá por los años cincuenta, la verdadera Philomena se dejó
llevar una noche por la “tentación de la carne” y quedó embarazada. Eso, que es
lo más normal del mundo en nuestra caribeña Venezuela era, sin embargo, toda
una tragedia familiar en la entonces modesta y muy conservadora Irlanda de
mediados del siglo XX. Para esos y otros problemas existían -con el apoyo del
Estado (o eso tengo entendido)- una serie de asilos, llamados genéricamente
“asilos de las magdalenas”, que recibían a todo tipo de “mujeres caídas [de la
sociedad]” y en donde trabajaban de lavanderas. En el caso de Philomena, fue a
parar a la abadía de Sean Ross, cerca de Roscrea (centro de Irlanda), donde las
monjas a cargo solían entregar en adopción a familias norteamericanas, los
hijos de las adolescentes internadas ahí por sus padres.
La película, sin
embargo, no se desarrolla en los años ‘50s sino en el presente (bueno, entre
2002 y 2004), arrancando una noche en la que la ya-anciana Philomena le
confiesa a su hija treintañera la existencia de un hermano mayor que, en ese
día exacto, estaría cumpliendo medio siglo de vida. La historia es entonces
narrada mayormente desde el punto de vista de un periodista caído en desgracia,
Sixsmith (interpretado por Steve Coogan) que se alía con Mrs. Lee (Judi Dench)
para investigar qué fue de su hijo entregado en adopción y llevado a vivir a
los Estados Unidos.
Ahora bien ¿por qué
inicié esta reseña diciendo que Philomena
no es la típica película anti-religión, cuando claramente hay ahí una crítica a
los prejuicios de una muy-mojigata sociedad irlandesa -famosa por su
catolicismo reaccionario- y a las monjas que casi eran carceleras? Porque
aunque la película ataca al sistema de las “lavanderías magdalenas” (y de
retruque también al partido republicano de los EEUU y su política anti-gays
durante la era Reagan), nunca nos muestra a la protagonista decepcionada de su
fe ni queriendo combatirla o eliminarla del planeta.
El film no está
libre de caracterizaciones tendenciosas, como bien señala Alex von Tunzelmanm, la
crítico e historiadora que escribe columnas
de cine histórico para el británico The
Guardian: Frears se tomó sus libertades y pintó a la abadía y a sus monjas más
o menos como si fuesen “las malas”, lo cual, por consiguiente, lo llevó a cambiar
un poco la realidad de los hechos, contando cosas que no pasaron. Sin embargo, no
por ello la película se convierte entonces en un libelo ateísta en contra de
prejuicios atávicos y a favor del amor libre. No. Y no lo hace, en el fondo,
porque no se propone criticar a la religión organizada o al catolicismo en
particular; esa parte se la puede agregar el espectador en su fuero interno si
así lo desea. Como ya dije, aunque efectivamente en nombre de Dios se han
cometido muchos abusos, eso no ha bastado para que centenares de millones de
personas sigan creyendo y viviendo de acuerdo al mensaje más puro y elemental
del evangelio: amando al prójimo como a uno mismo y perdonando a los que nos
ofenden. Es lo que nos muestra Frears que hace Philomena y tengo que decir ¡Bravo
por esa madurez!
Por todo lo
anterior los invito a que no se dejen llevar por falsas impresiones y vayan a
disfrutar de una película tan inspiradora como entretenida. Y es que, pese a
ser un drama, los guionistas y el director supieron con inteligencia insertar humor
hasta en las partes más serias y dramáticas, sin mermar con ello la calidad del
ethos o mensaje.
Mención especial a
la actuación de Judi Dench, porque aunque ya de por sí era una excelente actriz,
se me hace ahora suprema desde que reveló que se está quedando ciega y no puede
ya ni leer los guiones, defecto este último que no notamos en toda su
actuación, incluso sabiéndolo de antemano.
Entre tantas
película de escándalo, corrupción o acción desenfrenada, Philomema es un respiro de serenidad que puede inspirar a quien se
confiese harto de la humanidad y sus demonios. Totalmente recomendable.
Mi voto IMDb: 8/10.
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