Afiche original de lanzamiento. |
Cuando un
estudio/distribuidor promociona sus películas, suele resaltarles lo que cree
será más atractivo para el mayor número de espectadores. Esto, obviamente, lo
hace porque, por más artístico que sea el medio, el producto realizado es
también una pieza comercial destinado a la venta o, lo que es lo mismo, que el
cine necesita vender, en aras de seguir creando arte y puestos de trabajo. Y
como hacer una película cuesta mucho, necesita entonces venderse también mucho.
Comienzo diciendo
estas perogrulladas, porque a veces pasa que la campaña específica escogida por
el equipo de publicidad y mercadeo no termina siendo la más indicada o, quizá
sea mejor decir, no la más indicada para revelar la verdadera naturaleza -o “el
valor escondido”- de la obra en cuestión.
Tal es el caso de
la última joya histórico-politológica que nos llega de Dinamarca: En kongelig affære (“La reina
infiel” en nuestro mercado hispano), un drama centrado en el affair entre un médico de la corte
danesa y la mismísima reina, allá por los años ‘60s y ‘70s del siglo XVIII,
justo cuando desde Francia emanaba aquella famosísima explosión intelectual que ha dado en conocerse como La Ilustración.
Buena dirección,
buenas actuaciones y un ritmo apropiadamente comedido explican, en conjunto, los
méritos que tuvo la cinta para haber competido en 2013 por el Oscar a la mejor
película en idioma no-inglés (perdiendo ante la austríaca Amour), aunque no por ello estuvo exenta de ciertos problemillas de
guión y realización, menores, eso sí, y que quizá sean cosas que me molestan a mí nada más, por mis particulares
gustos cinematográficos.
Ahora bien, lo que siento como el
verdadero valor de “La reina infiel”, antes que sus cualidades
técnicas o trama telenovelesca, es su excelente representación del momento histórico concreto, así como su subtexto acerca del poder, los ideales políticos y las
relaciones de clase. Y es que este amor morganático entre una consorte real y
un plebeyo idealista, transcurre, como ya dije, durante uno de los períodos de
mayor influencia en la historia del pensamiento occidental. Uno de esos raros
momentos en los que las transformaciones intelectuales coincidieron con las materiales,
provocando con ello, no en balde, una transformación tan grande y
trascendental, que el mundo no ha parado de revolucionarse desde entonces (Karl
Marx dixit).
La Ilustración y
sus consecuentes Revoluciones
Atlánticas fueron, no sólo el fin de una era, sino el punto de inflexión
que inició el derrumbe definitivo de toda una weltanschauung, esa que se apoyaba en la creencia irrefutable de que el
mundo estaba compuesto por unos pocos muy ricos y una gigantesca masa de
pobres, para quienes el trabajo era la marca, el indicador de su desdicha. Lo
anterior derivaba, consecuentemente, en la
convicción de que la dirección de los asuntos públicos se confiase a esa fina capa
de privilegiados, cuya guía para la acción era siempre y ante todo, la conservación del
sistema, cerrándose por ello a toda innovación.
La histeria
asociada a un período de tan magistral transformación queda muy bien
representada en la película, por más que algunos detallitos históricos -la
obsesión de los críticos más puristas y sin sentido de la proporción- escapen a
la exactitud (por ejemplo, el que los diálogos sean en danés, cuando la
corte de aquel país para aquella época hablaba más bien en alemán…)
--*POSIBLES SPOILERS
A PARTIR DE ESTE PUNTO*--
Pero antes incluso
que la representación de una época particular, lo que más me cautivó del film
fue su sincera y verosímil puesta en escena de los intríngulis políticos y la
esencia misma del poder.
Come hace decir
George Lucas al Canciller Palpatine en su injustamente-subvalorado tercer
episodio de las precuelas de Star Wars, “todo aquel que ha obtenido poder, teme
perderlo”; un axioma que en la obra del director Nikolaj Arcel -e imagino que
también en la novela que le sirvió de inspiración directa- alcanza unos niveles de
realismo que sirven de ejemplo para una hipotética clase magistral sobre teoría y
filosofía política.
Y es que justo en
el punto en que la trama comienza a parecer un culebrón, se transforma súbitamente en un thriller político cuando el
médico protagonista, un ilustrado de closet, se da cuenta que es capaz de influir para
convertir al país en el primer ejemplo exitoso de implementación de lo que hoy en día llamaríamos la "agenda liberal”, desmontando, desde el poder, a la vieja sociedad feudal y sus
prejuicios. Como era de esperarse, los cambios generan reacciones virulentas en
los que temen perder sus privilegios, lo cual, a su vez, amerita que los
entusiastas del progreso redescubran las
ventajas de las viejas técnicas de gobierno por ellos mismos proscritas… En
fin, el viejo debate del idealismo chocando con el realismo y teniendo por
telón de fondo al pueblo, en su configuración de masa, que si bien posee escaso
tiempo de pantalla, es un actor decisivo para inclinar la balanza en uno u otro
sentido, según la película va avanzando.
Muero de ganas por
continuar el análisis politológico pormenorizado sobre qué debió hacer tal
personaje o cómo se explica que tales grupos actuasen de la manera en que lo
hicieron… Pero eso sería arruinarle la experiencia a quien no ha visto aún la
película y convertir esta reseña en algo que no es lo que pretendo. Mejor vayan
y véanla, recordando que la obra tiene más de una capa de lectura. Espero las
encuentren tan fascinantes como yo.
Mi voto IMDb: 8/10.
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