sábado, 1 de marzo de 2014

12 años en el infierno

Afiche de lanzamiento (haz click)
   Una de las películas que más me ha gustado en lo que va de esta segunda década del siglo, ha sido la maravillosa Shame, cuya debida reseña me queda pendiente para otra oportunidad. Por ahora resumiré en que, para mí, su perfección residió en la combinación de dos características pocas veces halladas juntas: el recordar que cine significa “escribir con imágenes en movimiento” -ergo, contar una historia a través de las imágenes- y el confiar en la inteligencia de la audiencia, dejándola interpretar lo que quiera; si no entendió, allá ella. Tamaño atrevimiento, concluí, sólo podría realizarlo un director que fuere inteligente, culto, pero sobre todo, con un buen par de cojones. Investigué al llegar del cine y descubrí, para mi sorpresa, que se trataba de un cuarentón británico con la experiencia de muchos cortometrajes pero una sola larga-duración. “De este tipo he de estar pendiente”, me prometí al instante.

   No tuve que esperar mucho, ya que al poco tiempo se anunció que dicho director, llamado Steve McQueen, estaba entregado a la preproducción de un biopic, una película biográfica real sobre un afroamericano que, habiendo nacido libre en New York, fue secuestrado y vendido como esclavo en los mercado del sur de los EEUU, teniendo que pasar doce años de su vida en varias plantaciones del estado de Louisiana justo antes de la Guerra Civil… “Zaz ¡Noo ¿Por qué?!”, me dije. Y es que a mí no me entusiasman los biopic (mis razones las puse por escrito aquí). Además, aquello me sonaba como una temática ya muy trillada y como un drama muy necesitado de diálogo. Chimbo, porque lo que justamente me había gustado tanto de Shame había sido su temática inusual y su tratamiento innovador, siendo lo primero la clave de lo segundo. O eso pensaba yo.


   Pues no podría haber estado más equivocado en la vida: 12 Years a Slave (12 años esclavo) es una obra maestra que contiene todo lo que esperaba encontrar del mismo Steve McQueen que hiciera Shame: planos secuencias de varios minutos, tomas estáticas en la que ni la cámara ni el sujeto filmado se mueven, muchos planos panorámicos y planos detalles, imágenes explícitas carentes de todo pudor y unas actuaciones magistrales. Si lo anterior se realiza para narrar una historia tan cruda como lo es la barbaridad de la esclavitud, el resultado es un cocktail muy duro de tragar. Duro, pero necesario, no sólo porque la esclavitud es todavía un mal lejos de haber sido ya completamente erradicado de la faz de la Tierra, sino también porque nos confronta con lo peor de nuestro pasado directo, bochorno de la civilización occidental y del país más importante e influyente de la misma, ese que justamente cuenta a la libertad y a la igualdad como los dos valores y pilares fundamentales de su sociedad.

   Ahora bien, condenas aparte, surge la necesidad de preguntar ¿cómo fue posible mantener la esclavitud por tanto tiempo, cuando ya el resto del mundo no la toleraba? Peor aún ¿cómo fue posible ello en un país tan revolucionariamente libertario y en donde su mitad septentrional ya la había erradicado y condenaba vehementemente? Aunque las causas son diversas y han sido analizadas muchas veces, el film de McQueen sirve para arrojar alguna luz sobre la naturaleza de su origen: el que la esclavitud sobrevivía gracias a que sus protagonistas, tanto esclavos como esclavistas, la consideraba moralmente aceptable.

   Lo anterior podemos verlo fugazmente cuando Solomon Northup (interpretado por el británico Chiwetel Ejiofor), aún libre, no se extraña de encontrar en pleno New York, esclavos visitantes desde el sur que se le quedan viendo y que lo siguen por la calle como queriendo saber su secreto. Lo vemos de nuevo cuando Northup es ya esclavo e intenta ganarse los favores de su primer amo, siéndole útil y servicial. Lo vemos también, pero de forma mucho más cruda, incluso macabra, a través de los distintos testimonios de las varias mujeres negras que se va encontrando el protagonista durante su odisea: algunas habían sido amantes del amo y fueron felices mientras estos siguieron vivos, otras se habían convertido ya, no sólo en esposas, sino en dueñas a su vez de esclavos, sintiéndose orgullosas de su logro y dándole consejos a las primerizas. Y finalmente, lo vemos en la mente y actitud de los plantadores blancos, quienes estaban convencidos de que hacían lo correcto, pese a ser consciente de sus espantosos males.

   Este último punto queda graficado en una escena espectacular que demuestra el genio de McQueen para narrar todo un mundo de ideas sólo con imágenes y, en este caso, con dos textos no-explícitos pero completamente contradictorios: Northup ha llegado a la casa de su nuevo amo, William Ford, y una serie de secuencias nos muestran cómo será la vida que le espera. En una, el inmaduro capataz les explica a los esclavos recién llegados el trabajo que tendrán que realizar, comenzando de repente, en su embriaguez de poder, a cantar una canción sobre el destino que le espera al negro que decida escapar. Al mismo tiempo, la secuencia anterior se va intercalando con una de Ford en el rol de pastor evangélico, leyéndole a toda su parentela -esclavos incluidos- pasajes bíblicos que enseñan cómo se debe llevar una vida sana y correcta. Mientras una secuencia ocurre, se mantiene el audio de la anterior en el fondo y viceversa. El resultado es tan conflictivo como desgarrador.

   Hay muchas otra escenas que quisiera analizar a profundidad, destacando la maravillosa fotografía y las imponentes actuaciones (todas muy meritorias de sus nominaciones) pero me gustaría más aún que las vieran sin que sepan nada. Vayan y prepárense para ser conmovidos de una forma necesariamente chocante.

Mi voto IMDb: 10/10.

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