martes, 15 de abril de 2014

El déspota ilustrado

Afiche original de lanzamiento.
   Cuando un estudio/distribuidor promociona sus películas, suele resaltarles lo que cree será más atractivo para el mayor número de espectadores. Esto, obviamente, lo hace porque, por más artístico que sea el medio, el producto realizado es también una pieza comercial destinado a la venta o, lo que es lo mismo, que el cine necesita vender, en aras de seguir creando arte y puestos de trabajo. Y como hacer una película cuesta mucho, necesita entonces venderse también mucho.

   Comienzo diciendo estas perogrulladas, porque a veces pasa que la campaña específica escogida por el equipo de publicidad y mercadeo no termina siendo la más indicada o, quizá sea mejor decir, no la más indicada para revelar la verdadera naturaleza -o “el valor escondido”- de la obra en cuestión.

   Tal es el caso de la última joya histórico-politológica que nos llega de Dinamarca: En kongelig affære (“La reina infiel” en nuestro mercado hispano), un drama centrado en el affair entre un médico de la corte danesa y la mismísima reina, allá por los años ‘60s y ‘70s del siglo XVIII, justo cuando desde Francia emanaba aquella famosísima explosión intelectual que ha dado en conocerse como La Ilustración.


   Buena dirección, buenas actuaciones y un ritmo apropiadamente comedido explican, en conjunto, los méritos que tuvo la cinta para haber competido en 2013 por el Oscar a la mejor película en idioma no-inglés (perdiendo ante la austríaca Amour), aunque no por ello estuvo exenta de ciertos problemillas de guión y realización, menores, eso sí, y que quizá sean cosas que me molestan a mí nada más, por mis particulares gustos cinematográficos.

   Ahora bien, lo que siento como el verdadero valor de “La reina infiel”, antes que sus cualidades técnicas o trama telenovelesca, es su excelente representación del momento histórico concreto, así como su subtexto acerca del poder, los ideales políticos y las relaciones de clase. Y es que este amor morganático entre una consorte real y un plebeyo idealista, transcurre, como ya dije, durante uno de los períodos de mayor influencia en la historia del pensamiento occidental. Uno de esos raros momentos en los que las transformaciones intelectuales coincidieron con las materiales, provocando con ello, no en balde, una transformación tan grande y trascendental, que el mundo no ha parado de revolucionarse desde entonces (Karl Marx dixit).

   La Ilustración y sus consecuentes Revoluciones Atlánticas fueron, no sólo el fin de una era, sino el punto de inflexión que inició el derrumbe definitivo de toda una weltanschauung, esa que se apoyaba en la creencia irrefutable de que el mundo estaba compuesto por unos pocos muy ricos y una gigantesca masa de pobres, para quienes el trabajo era la marca, el indicador de su desdicha. Lo anterior derivaba, consecuentemente,  en la convicción de que la dirección de los asuntos públicos se confiase a esa fina capa de privilegiados, cuya guía para la acción era siempre y ante todo, la conservación del sistema, cerrándose por ello a toda innovación.

   La histeria asociada a un período de tan magistral transformación queda muy bien representada en la película, por más que algunos detallitos históricos -la obsesión de los críticos más puristas y sin sentido de la proporción- escapen a la exactitud (por ejemplo, el que los diálogos sean en danés, cuando la corte de aquel país para aquella época hablaba más bien en alemán…)

--*POSIBLES SPOILERS A PARTIR DE ESTE PUNTO*--

   Pero antes incluso que la representación de una época particular, lo que más me cautivó del film fue su sincera y verosímil puesta en escena de los intríngulis políticos y la esencia misma del poder.

   Come hace decir George Lucas al Canciller Palpatine en su injustamente-subvalorado tercer episodio de las precuelas de Star Wars, “todo aquel que ha obtenido poder, teme perderlo”; un axioma que en la obra del director Nikolaj Arcel -e imagino que también en la novela que le sirvió de inspiración directa- alcanza unos niveles de realismo que sirven de ejemplo para una hipotética clase magistral sobre teoría y filosofía política.

   Y es que justo en el punto en que la trama comienza a parecer un culebrón, se transforma súbitamente en un thriller político cuando el médico protagonista, un ilustrado de closet, se da cuenta que es capaz de influir para convertir al país en el primer ejemplo exitoso de implementación de lo que hoy en día llamaríamos la "agenda liberal”, desmontando, desde el poder, a la vieja sociedad feudal y sus prejuicios. Como era de esperarse, los cambios generan reacciones virulentas en los que temen perder sus privilegios, lo cual, a su vez, amerita que los entusiastas del progreso redescubran  las ventajas de las viejas técnicas de gobierno por ellos mismos proscritas… En fin, el viejo debate del idealismo chocando con el realismo y teniendo por telón de fondo al pueblo, en su configuración de masa, que si bien posee escaso tiempo de pantalla, es un actor decisivo para inclinar la balanza en uno u otro sentido, según la película va avanzando.

   Muero de ganas por continuar el análisis politológico pormenorizado sobre qué debió hacer tal personaje o cómo se explica que tales grupos actuasen de la manera en que lo hicieron… Pero eso sería arruinarle la experiencia a quien no ha visto aún la película y convertir esta reseña en algo que no es lo que pretendo. Mejor vayan y véanla, recordando que la obra tiene más de una capa de lectura. Espero las encuentren tan fascinantes como yo.


Mi voto IMDb: 8/10.

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