viernes, 8 de agosto de 2014

La romántica maravilla del blanco y negro

Afiche de lanzamiento (haz click)
   Los que me conocen bien o me tratan de manera frecuente saben que, por razones que no vale la pena mencionar aquí (pero que con gusto explicaré en otra oportunidad), me niego férrea e ideológicamente a ver películas pirateadas, ya sea quemadas o descargadas. Como era de esperarse considerando el estado actual de la economía venezolana, tamaño capricho me impide haber visto todos esos clásicos que un cinéfilo debe ver antes de cumplir veintiún años de edad, así como el estar al día con lo último del cine mundial.

    Dado lo anterior, fue muy reconfortante el que las exhibidoras locales de cine, a diferencia de lo sucedido en oportunidades anteriores y a pesar de la grave crisis que nos azota, hubiesen logrado estrenar ocho de los nueve films nominados por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas a mejor película de 2013.

   La novena que no llegó a tiempo fue una llamada Nebraska, que quizá no lo hizo porque su estreno no fue un evento noticioso, porque no cuenta con un elenco estelar -o manquesa joven- o porque fue rodada en blanco y negro (probablemente la respuesta sea: todas las anteriores) y si bien debo reconocer el esfuerzo de quienes pudieron importar la casi totalidad del roster finalista, la ausencia de esta pequeña y nada-famosa obra me produjo alguna tristeza, debido a que se trata del más reciente trabajo de uno de los pocos directores cuya obra jamás me ha decepcionado: Alexander Payne.


   Las películas de Payne, de las cuales ésta es apenas la sexta, rara vez son historias propias o que destaquen por innovadoras, no poseen diálogos rebuscados, giros inesperados o finales poco convencionales; tampoco están hechas de acuerdo a las dinámicas modas actuales en cuanto a fotografía y montaje, ni tienen una de esas bandas sonoras que se convierten en autorreferenciales (ni hablar  de efectos especiales, que brillan por su ausencia)… Y sin embargo, son tan perfectas, que no se las puede dejar de admirar y estudiar junto a las de directores de famas más universales.

   La genialidad de Payne radica en mostrarnos lo cotidiano y mundano a través de personajes que, en el fondo, nunca abandonan del todo su zona de confort. Sus películas son historias de norteamericanos comunes, en situaciones verosímiles y en ambientes que no tienen ni una pizca de exóticos a los ojos del ciudadano occidental moderno. Esto podría hacer temer que sus héroes, quienes viven y sufren estando siempre inmersos en el original redil de referencias clase-media del que los toma, sólo pueden ser del todo apreciados única y exclusivamente por los compatriotas del director, pero he aquí que esta misma característica los termina haciendo tan empáticos como los de películas que, si bien de arquetipos súper enraizados en el inconsciente colectivo de la humanidad, terminan siendo muy mitológicos y, por ello, menos imitables para el común de los mortales.

   De ahí entonces mi alegría cuando la película fue traída finalmente a nuestras salas como parte del festival de Cine Independiente Americano. Las expectativas ¿fueron satisfechas?... ¡Fueron superadas! Ya que Nebraska,  además de contar con los usuales méritos arriba listados en películas de Payne, director y guionista agregaron una fibra emotiva que llega a lo más profundo del espectador, sacudiéndolo desde adentro. Incluso me atrevo a asegurar que quienes la hallen lenta o hasta aburrida por preferir filmes más dinámico y coloridos, van a tener que reconocer que se rieron y que al final se sintieron conmovidos.

   ¿Cómo puede ser posible eso de que alguien ría y se conmueve aun cuando admita que se aburrió? Porque lo dicen dejándose llevar por el impacto de una pantalla llena de grises y una trama que se desenvuelve a baja velocidad, características que [pre]juzga la parte consciente del cerebro como incompatibles con el mundo moderno, pero que en realidad son las que refuerzan el subtexto, empujándolo en línea recta hasta el área inconsciente, lugar donde residen las emociones más humanas. De tal forma, el blanco y negro refuerza la idea de que el midwest americano y su alguna-vez-muy-próspera clase trabajadora se están apagando y quedando en el olvido, despreciados por todos tal y como hoy en día se descarta a las fotos y películas blanco y negro, reducidas a un mero filtro de Instagram.

   Igual sucede con el ritmo lento que algunos han acusado de ser su principal motivo para no valorar al film con más y mejores puntos. Pero de acuerdo a mi criterio, así es como mejor se describe el drama de la vejez de los protagonistas y ese entorno decadente en el que viven. La película avanza lento y zigzagueante porque así avanza la vida misma y porque así es como ha perdido color toda esa parte de la sociedad americana que alguna vez fue corazón y secreto de su éxito.

   Volviendo a la superficie, necesito alabar la magistral actuación de Bruce Dern, quien hace tan bien su papel de viejo con incipiente pero innegable demencia senil, producto de una vida de represiones severas, seguida de algunos vicios, que uno por ratos cree que aquello no es más que una especie de cruel reality show sobre un decrépito actor retirado, al que el director quiso seguir con una cámara en el ocaso de sus días. En realidad, Dern, a sus casi ochenta años, está no solo todavía muy lúcido, sino que hasta es un connotado maratonista, y si bien en el film es quien más destaca, el resto del reparto lo sigue de cerca en calidad.

   Y finalmente, la fotografía… La cual lamento no poder describir en palabras porque sería como tratar de describirle el atardecer a un ciego de nacimiento. Resumiré afirmando tajantemente que ya sólo por ella vale la pena ver la película.

Mi voto IMDb: 10/10.

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