miércoles, 12 de agosto de 2020

Elecciones americanas 2020, pt. 1

    A PARTIR DE ESTE MOMENTO, CADA CAPÍTULO DE MI PODCAST DE MI PODCAST SOBRE LAS ELECCIONES AMERICANAS Y SU SISTEMA POLÍTICO LO PUBLICARÉ TAMBIÉN POR ESCRITO AQUÍ EN MI BLOG, PERO UNA SEMANA DESPUÉS DE PUBLICADOS EN FORMATO AUDIO, DE MODO QUE TODA PERSONA PUEDE DISFRUTARLOS, SIN IMPORTAR SU CONDICIÓN O ACCESO A LA TECNOLOGÍA. 


    Esta entrada fue publicado originalmente el lunes 3 de agosto de 2020 por AnchorFM (así como en todas las otras plataformas que replican su contenido como Breaker, Google Podcasts, Apple PodcastsOvercast, RadioPublic y Spotify).

    Pese a tratar un tema de actualidad que bien podría catalogar de más o menos perentorio, debido a que perderá mucha de su vigencia -si es que no toda- a finales de 2020, este capítulo parte de la serie sobre el sistema político americano, una colección de capítulos pensada para ayudar a comprender los Estados Unidos de América.

    También es parte de una serie para mantenerlos informados y al día con los últimos acontecimientos políticos en el gigante del norte en este año tan particular.

    Sin más preámbulos, empecemos.

1.- El escenario de entrada:

    El día en que publico este capítulo, lunes 3 de agosto de 2020, estamos a tres meses exactos del Election Day, que en esta oportunidad será el martes 3 de noviembre. Election Day es “el primer martes después del primer lunes de noviembre”, un día cada dos años en que, de acuerdo con la Constitución, los votantes americanos votan por los cargos federales que deben ser renovados en esa oportunidad, a saber, la totalidad de la Cámara de Representantes, 33 o 34 senadores de los 100 que son en total, ya que sólo se los renueva por tercio cada 6 años, y cada cuatro años, el Presidente de los EEUU. Adicionalmente, hay un montón de elecciones estadales, condadales, municipales y distritales que hacen del americano el gobierno representativo más radical y complejo del mundo, pero ese es tema para otro capítulo de Perípatos.

    Entremos de una en lo que todos quieren oír: ¿quién ganará la presidencia? La respuesta correcta es que todavía es muy temprano para estar seguros, porque, en política, tres meses es una eternidad en la que muchas cosas con el potencial de cambiar el voluble y temperamental parecer de los votantes pueden pasar, o al menos cambiar el parecer de un porcentaje considerable de ellos, esos que aún no se han decidido. De tal forma, me  atendré al lenguaje científico apropiado para decir más bien quién es, al día de hoy, la persona que, de acuerdo con las encuestas, debería ganar.

    Esa persona es el presunto-candidato demócrata, el Vice-Presidente Joseph Robinette Biden Jr., mejor conocido como Joe Biden (por cierto, no fue sino hasta la investigación para preparar este guión que descubro cuál es el nombre completo del señor, y eso que he leído y oído sobre él desde el ciclo electoral 2007-2008).

    Una aclaratoria que académicamente no tendría por qué hacer, pero que nunca está de más, sobre todo en esta era de redes sociales siempre dispuestas a linchar primero y preguntar después ¡si es que preguntan! Cuando digo que Biden va de primero en las encuestas, de forma sostenida desde hace meses y por bastante, me estoy limitando a transmitir una simple información estadística que es de conocimiento público y que está al alcance de todos, sin querer expresar con ello una preferencia personal. Como dije en el primer capítulo de esta temporada (publicado el sábado 1° de agosto y que los invito a escuchar), el proyecto Peripatos busca divulgar episteme en vez de doxa, y aunque uno no está libre de sesgos y prejuicios, la idea es ser lo más objetivos posibles y créanme que lo estoy siendo #TheStrugleIsReal.

2.- La experiencia de 2016:

    Ahora bien, ese dato, como dije, está a la vista de todo el que sepa utilizar Google, por lo que el valor de este capítulo radica en discutir  sobre un asunto que aquellos que tenga memoria pueden -y de hecho, deben traer a colación- ¿Qué tan confiables son las encuestas? “Total, ya en 2016, hasta la noche misma de la elección, todo el mundo decía que iba a ganar Hilary Clinton y no fue así” ¡El mismo Trump confesó después que estaba seguro de perder y por eso no alquiló un espacio grande para dar su discurso de concesión!

    Lo primero para responder a esta duda legítima es aclarara que, en el fondo, Clinton ganó la elección o, mejor dicho, ganó el voto popular, 65.853.514 contra los 62.984.824 que obtuvo Donald Trump, es decir, una diferencia de 2.868.686 votos válidos, equivalentes al 2,09% del total, una ventaja que es estrecha pero triunfo es triunfo, por lo que las encuestas no se equivocaron. El problema radica en que, como muchos deben saber, en los EEUU, no son directamente los ciudadanos los que eligen al Presidente, sino los Estados, las subunidades político-territoriales de primer nivel que conforman la unión, votando a través de una institución atávica que data del siglo XVIII, llamada Electoral College o Colegio Electoral, constituido por 538 Electors o Electores, ganando la presidencia quien obtenga la mayoría, es decir, al menos 270 votos electorales. Clinton ganó el voto de la mayoría de los ciudadanos, pero no de la mayoría de los Electores, que son los que ultimadamente eligen al jefe del Ejecutivo federal, algo que ha pasado ya en cinco ocasiones: 1824, 1876, 1888, 2000 y 2016.

    La explicación de qué es exactamente el Colegio Electoral, por qué se le creó, cómo funciona, que ventajas provee, qué problemas genera y qué conlleva reformarlo o incluso abolirlo, será materia para otro capítulo de este podcast, ya que en esta oportunidad lo que estamos discutiendo es la confiabilidad de las encuestas y la posibilidad de que se repita el mismo escenario del año ‘16.

    De todas las hipótesis planteadas para explicar por qué se “equivocaron” las encuestas, la que pude ver esgrimida mayor número de veces y repetida acríticamente hasta la saciedad, sobre todo durante el primer mes y por medios o analistas no especializados, fue la del llamado “voto oculto”, según la cual muchas personas encuestadas ocultaron su preferencia por temor a ser juzgados, mal vistos o casi que regañados por el encuestador de turno, debido a lo políticamente incorrecta que era ya entonces la opción Trump, un candidato que efectivamente violaba abiertamente todas las tradicionales normas del decoro y debido proceder político americano, según las cuales el candidato -ni ningún político o funcionario público- debe caer en provocaciones ni ponerse a pelear con sus contrincantes, críticos o detractores (para eso está la base). Esta hipótesis, algo pueril, no se sostiene porque, para empezar y como ya vimos, efectivamente las encuestas sí acertaron, pero además, es errónea porque obvia el hecho de que la casi totalidad de las encuestas son realizadas por robot-calls,  llamadas-robóticas o automáticas que no preguntan ni registran el nombre del encuestado y son completamente anónimas. Muy pocas encuestas son realizadas por tele-encuestadores humanos, y estos están supervisados para que no cometan ninguna imprudencia ni falta profesional.

    El problema de 2016 giró más en torno a dos fenómenos, uno de naturaleza logística que plaga desde hace tiempo el arte y ciencia de los estudios de opinión -del que hablaré en otra oportunidad- y otro, mucho más humano, que consistió en un grave e imperdonable error de hubris, arrogancia o al menos sobre-confianza por parte del comando de campaña de Hillary Clinton: el no haberse tomado la molestia de contratar encuestas para medir la opinión de los votantes en los estados del llamado Blue-wall, el “muro azul”. Haberlo hecho les habría permitido descubrir a tiempo las grietas que estaban debilitando dicho muro.

   Este llamado Muro Azul es la forma con que muchos analistas de principios de este siglo comenzaron a llamar al conjunto de 19 Estados que en todas y cada una de las elecciones presidenciales desde 1992 fueron ganados por el candidato demócrata sin excepción. Si bien son menos de la mitad de los 50 Estados,  pasa que muchos se cuentan entre los más poblados, como California, New York e Illinois, gracias a contener muchas de las ciudades más grandes, pujantes y diversificadas del país, urbes cuyos habitantes suscriben una particular forma de liberalismo que desde los años ’30, pero sobre todo desde los ‘60s, ha sido la doctrina que informalmente suscribe el partido demócrata (en Chicago, por ejemplo, no han elegido a un republicano como alcalde ¡desde 1927!).

  Long Story Short, el comando de Hillary inexplicablemente supuso en 2016 que esos 19 estados seguían siendo tan sólidamente demócratas como lo habían sido en las 6 elecciones anteriores y sólo se dedicaron a hacer campaña en los llamados Swing States o “estados péndulo”, estados que por particularidades de su población y orden social interno, son impredecibles, ya sea porque de una elección a otra las preferencias de sus votantes cambian radicalmente o porque los dos partidos están en tal igualdad de fuerzas, que la diferencia entre ambos suelen ser mínima, por lo que cualquier cosa puede marcar la diferencia.

    Pero si alguien hubiese sido lo suficientemente curioso como para echar una mirada a la retaguardia y haber contratado al menos una encuesta por cada Estado del Muro -digamos que para mediados de agosto- habría descubierto que en varios de estos, en concreto Pennsylvania, Wisconsin y Michigan, que durante todo el siglo XX habían sido poderosos centros industriales, caldo de cultivo tradicional del liberalismo americano, pero ahora venidos a menos, empobrecidos y golpeados por la globalización, el apoyo demócrata había mermado muchísimo y la gente parecía estar esperando un milagro. Así, cuando apareció el candidato con el discurso incendiario perfecto, echando culpas y prometiendo panaceas, la suficiente cantidad de votantes compró las promesas y cambió de bando. Diciendo, imagino yo, “veamos qué tal, total, esto ya no me lo calo más”. No fueron grandes mayorías pero sí las suficientes para voltear a esos tres estados.

    A eso hay que añadirle los problemas inherentes a una candidata que desde sus inicios en la política levantaba grandes pasiones contrarias, cuyo nombre ha estado presente en las noticias los últimos 24 años, por lo que ya aburría un poco, y que pese a tener el que quizá fuere el mejor curriculum para el cargo presidencial en la historia política del país, como candidata era la cosa más gris del mundo, además de ya venir debilitada desde las primarias luego de una dura batalla ideológica con el bateador emergente Bernie Sanders, quien había encendió al ala izquierda del partido como hacía tiempo no se veía. A eso debemos agregarle la esperable curiosidad o hasta morbo que producía ese “otro candidato”, tan distinto a lo que habían tenido siempre pero que prometía maravillas y que había logrado el increíble milagro de alzarse con la candidatura republicana contra todo pronóstico y contra la opinión adversa de los mismos líderes y operarios de dicho partido. Así, pues, la mesa estaba servida para una sorpresa.

    Y fíjense que no he metido en esto la supuesta conspiración rusa que, hasta donde se ha podido saber, consistió en crear matrices de opinión desfavorables para con Clinton, acusándola de lo indecible, desde violar la ley por haber utilizado una cuenta de correo no-confidencial, hasta estar implicada en una red de pederastia y trata de blancas manejada desde una pizzería en la capital del país.

    Y con todo y eso Clinton ganó a nivel nacional, al tiempo que perdía por estrechísimos márgenes estados claves del Blue-wall en los que se confió porque Obama los había ganado cómodamente en dos oportunidades y ella o su comando creyeron que la transferencia de votos sería acríticamente automática.

3.- El momento Biden:

    ¿Están Joe Biden y su comando repitiendo estos errores? Respuesta corta: no, pese a que es cierto que Biden, quien había dejado muy en claro que pasaba a retiro luego de los 8 años acompañando a Barack Obama desde la vice-presidencia, se metió tarde al ruedo de las primarias porque le mostraron encuestas que lo confirmaban como el único con name recognition a nivel nacional.

    Pero aquí vale la pena detenerse un par de minutos para explicar el punto: es normal que cuando un político en funciones parecer ser impopular -no tiene que serlo realmente, basta con parecerlo-, muchos del bando contrario, desde los experimentados hasta los novatos, crean que cualquiera podría derrotar al impopular jefe de gobierno y que sin importar el nombre que aparezca en el tarjetón electoral, la gente los votará con tal de salir del otro al que no soportan ya. Eso lo hemos visto aquí en Venezuela y se ha podido ver en prácticamente cualquier país del mundo a todo lo largo de la historia. Incluso cuando las elecciones no han estado instituidas como la vía para solucionar diferencias políticas, muchos han creído que con solo aparecerse en la calle y llamar a la insurrección, las masas descontentas los seguirán y los tiranos impopulares, ya sin nadie que los apoye, perderán como “por forfeit”…

    Por ello, en el partido demócrata surgieron todo tipo de candidatos, incluso gente que nunca nadie había oído nombrar o que jamás hubieran pensado que tendrían interés por la política, gente que aparentemente se dijo “Es el momento ¡llegó mi hora!”, llegando a ser 23 los candidatos, algo que jamás se había visto  y que despertó en los líderes del partido el fantasma de las primarias republicas de 2016, cuando Trump había triunfado sin ser ni obtener nunca la mayoría, sólo por haber competido contra otros 15 candidatos, también de muy diferente origen y condición. Viéndose en ese espejo y recordando las profundas heridas ideológicas que había dejado la confrontación Clinton-Sanders de aquel mismo año, muchos del establishment demócrata y grupos allegados encargaron estudios y descubrieron que la única figura que unía a casi todas las partes y que, para mayor bendición, se la conocía como moderada y enemiga de los excesos, pero más importante aún, que era reconocida por la población general y el votante medio, gracias a sus ochos años en la segunda posición del gobierno anterior, era Biden. Y de todos, era el único que desde el inicio, tan temprano como enero de 2019, daba en las encuestas que le ganaba a Trump bajo casi cualquier circunstancia.

    Pese a ello, su comando no se ha dormido en los laureles ni se han confiado y aunque, con altibajos, siempre ha punteado, han estado dedicados a reconstruir el “Muro Azul” mientras incursionan en nuevos Estados, como Texas y Arizona, algo insólito. Hasta ahora, la campaña no ha escatimado esfuerzos y es tal el temor demócrata a otros 4 años de administración Trump, que en lo que Biden ganó sus primeros votos en las primarias durante el Super Tuesday, los demás candidatos se retiraron en  masa, dejando solo al septuagenario veterano, es decir, que ahora sí podemos decir que ganó por forfeit. Técnicamente no es el candidato oficial hasta que no se reúna la convención, le ofrezca la candidatura y él la acepte, pero esos son formalismos. Biden ya es desde marzo el candidato demócrata.

4.- ¿Y qué hay de Trump y su popularidad?

    It’s complicated… Desde la presidencia de Harry Truman (1945-1953) se han hecho encuestas de aprobación/desaprobación de gestión, y cuando uno las estudia con detenimiento -recomiendo las gráficas que están disponibles en la página FiveThirtyEigh.com- lo primero que se aprende es que la falta de aprobación no implica automáticamente la misma cantidad de desaprobación. A veces una gestión es simplemente un gran “meh” o un “equis” para la gente de a pie, “no apruebo, ni desapruebo, simplemente sigo con mi vida y espero que para tal fecha me hayas resuelto tal o cual problema”. Segundo, que desde los años ‘40s para acá, son cada vez más normales las valoraciones de aprobación mediocre, que tienden a rondar el 50%. Muy atrás quedaron ya aquellas popularidades de 80% o más, quizá porque la gente se está volviendo más cínica y descreída, sin que nada les entusiasme, un tema importante que me preocupa mucho y para el que habrá un capítulo especial.

    Finalmente y respondiendo la pregunta que dio inicio a este último segmento del capítulo de hoy, cuando comparamos a Trump con todos sus predecesores, constatamos que posee la peor valoración neta continuada desde que se llevan registros. Es increíble cómo a todo lo largo de los 1290 días transcurridos desde que juró el cargo, en enero del ’17, sólo por breves períodos de 70 días o menos la valoración de Trump supera a la de Truman, Carter y Bush padre, pero hasta ahora nunca ha superado a la de todos los demás, ni siquiera a la de los tres últimos, Clinton, Bush hijo y Obama. Peor aún, a partir del 21 de enero, es decir, apenas desde el segundo día de gestión, la desaprobación de Trump ha estado sostenidamente por encima del 50% -con picos de hasta 57%- y sólo entre el 29 de marzo y el 7 de abril de este año bajó unas décimas por debajo de la mitad pero sin que su aprobación pasara por arriba de esa misma barrera de 50%, es decir, que la valoración neta seguía siendo negativa. Al día de grabar y publicar este capítulo, su aprobación está en 41,2% y su desaprobación en 54,8%.

    Alguien podría decir “eso es por su personalidad, pero ¿qué hay de su gestión?” Bueno, en política, sobre todo en democracias, es difícil separar las dos cosas pero aún si lo tratáramos de hacer y nos ponemos de lleno a evaluar su obra, no ha sido muy exitosa que digamos. Sí, es cierto que Trump tiene una base fiel de gente que lo adora y lo apoya incondicionalmente, pero no son mayoría, nunca lo fueron y no parece que lo serán. Al mismo tiempo, cada día se suman más y más republicanos a iniciativas como el Lincoln Project, un colectivo de republicanos anti-trumpistas que publican propagandas en video atacando fieramente al ocupante de la Casa Blanca; pueden buscar sus anuncios en YouTube. Lo anterior no incluye, hasta donde sé, a gente como Steve Schmidt, estratega republicano de toda la vida y quien fuere el jefe de campaña de McCain en 2008, Schmidt desde hace ya dos o tres años rompió con su partido, criticándolo por dejarse secuestrar por Trump y sus fanáticos.

    Sin embargo, una evaluación del gobierno de Trump, algo bastante pertinente, amerita un capítulo propio, uno que debo investigar y escribir con cuidado y atención a los detalles, más que lo normal, porque implica caminar por la cuerda floja de las pasiones políticas, agravadas por la esperanza que los venezolanos -entre los que me incluyo- pusimos en él para que nos solucionara la crisis que nos aqueja desde hace décadas. Así que mejor cerrar aquí esto por hoy.

5.- Despida y recordatorio:

    Hasta aquí el primer capítulo de la serie sobre las elecciones americanas, espero les haya resultado esclarecedor e informativo y que los anime a escuchar leer la serie completa. La idea es hacer al menos dos entradas al mes hasta la semana de las elecciones, al tiempo que intercale con la serie sobre el sistema político americano + mis usuales reseñas de cine.

    Si les gustó, les cuento que el 1° de agosto les abrí la posibilidad de ser mecenas del podcast a través de la plataforma Patreon, donde por tan sólo $1 mensuales pueden contribuir económicamente a la manutención de Perípatos (y de su autor, que acaba de pasar 18 horas continuas escribiendo el guión de este capítulo, jeje…).

  Ahora bien, no se preocupen, que Perípatos no será nunca exclusivo para quienes paguen ¡al contrario! Seguirá abierto a todo el mundo y las contribuciones son netamente voluntarias. En el primer capítulo de esta temporada elaboro más sobre la estrategia que decidí implementar, por lo que los invito a que lo oigan y sugieran alternativas.

¡Hasta la próxima!

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