jueves, 8 de julio de 2021

Desventuras caraqueñas de bajo impacto, pt. I

El día sábado 3 de julio se me dañó el celular mientras le cambiaba la batería en un local de Los Cortijos. Por recomendación de la dueña, lo llevé a una tienda/taller del Unicentro El Marqués para ver si lo podían salvar. La vendedora que lo recibió me pareció lindísima y encantadora, al punto de que, para cuando llegó la noche, me seguía viniendo a la mente en la misma forma en que de niño me enamoraba perdidamente de alguna transeúnte que había visto fugazmente en el aeropuerto o lobby del hotel donde vacacionábamos. Decidí que le sacaría la mayor conversación posible cuando tuviese que volver.

Como acordado, volví el martes por la tarde a ver si tenían listo el diagnóstico y aunque no, reafirmé mi apreciación de la chama en cuestión: definitivamente linda, pese a que nunca pude apreciar la totalidad de su cara porque jamás se quitó el tapabocas #UnaTipaResponsable.

Volví ayer miércoles y, para mi disgusto, el teléfono seguía sin haber sido examinado. Decidí esperar y me fui caminando al Líder, donde consideré entrar al cine pero donde sólo terminé comiendo un combo de $3 en KFC. Durante la sobremesa leí completa La constitución de los atenienses, del Viejo Oligarca (420 a.C.) en la terraza con vista al Ávila y, al terminar, caminé de regreso. El teléfono seguía sin ser tocado, por lo que decidí quedarme para presionar... ¡Era justo lo que necesitaba!: le pedí un bolígrafo a la muchacha para escribí por detrás de una tarjeta que me parecía "lindísima y encantadora" [sic], por lo que lamentaría no tener que volverle a habla una vez me devolvieran el teléfono y que, si quería, le iba a dejar el mío para que me escribiera si le interesaba y quizá, algún día, comernos un helado. Me salí para seguir esperando por mi aparato mientras leía ahora el texto de igual título pero escrito por Aristóteles un siglo después.

A los 15 minutos me invitaron a pasar: mi teléfono no tenía arreglo porque se le dañó el procesador y sale mejor comprar un aparato nuevo (era la noticia que esperaba). Así, ya sólo quedaba pagar la revisión: $3. Mientras cancelaba, me decidí a proceder y cuando la muchacha me dio mi recibo, yo aproveché de darle la tarjeta escrita con mi número. Me fui no sabiendo si lo que había hecho era pícaro o realmente estúpido.

Llego a la casa y conecto el teléfono. No coge carga, por lo que la única forma de que medio-funcione es teniéndolo perennemente conectado a una fuente de poder. Al hacerlo, me llegan varios mensajes enviados por diferentes contactos durante los días sin aparato. Ninguno era el que esperaba, ninguno era de la muchacha.

Le conté todo a un gran amigo chileno y casanova a quien le encantan estas historias. Típico en él, me felicita y anima, afirmando que seguro me escribirá en los próximos días. He dejado el teléfono más tiempo conectado de lo prudente, para ver si ocurre su predicción pero ya han pasado más de 24 horas y no ha escrito. No lo hará pero pienso que es normal, porque una mujer así de bonita a juro tiene pareja. Sin embargo, lo que ahora me atormenta no fue esta nueva constatación de mi fealdad, sino lo siguiente: aunque no quiero arrepentirme de lo que hice, pensé que ya no puedo volver a ese taller; no al menos por un buen tiempo: porque no soportaría la vergüenza luego de ese incómodo ridículo. Lástima, porque me pareció un muy buen taller.

Fin.

5 comentarios:

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  2. No hay ningún problema en volver. Simplemente déjalo pasar.

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  3. No le prestaría mucha más atención. Puede que le haya intimidado, o que tenga pareja, pero es probable que le hayas alegrado el día a pesar que no te haya respondido como esperabas.

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