"COGITO ERGO SUM", dijo el sabio, pero el pensamiento no vale nada si no se expresa y se expresa mejor mediante las palabras.
Por tanto, el silogismo queda de la siguiente manera:
Pienso, por tanto existo.
Hablo, por tanto pienso.
Soy, en tanto hable.
Animado por mi amigo Héctor Hurtado, participaré en mi Facebook del reto de los "30 días, 30 películas" y lo iré republicando en este otro espacio al día siguiente de hacerlo en la popular red social.
El reto consiste en responder las preguntas de la imagen que sigue inmediatamente después de este párrafo. Dura 30 días, a razón de una película diaria, y a cada título le añadiré una explicación sobre por qué me pareció la escogencia adecuada.
Haz click para agrandar y leer.
*Nota: Héctor y yo acordamos modificar el día #15, dejándolo en "favorite fantasy or Sci-Fi movie" en aras de hacer el reto más omnicomprensivo. Ya veré qué escojo dentro de dos semanas.
Los que me conocen
bien o me tratan de manera frecuente saben que, por razones que no vale la pena
mencionar aquí (pero que con gusto explicaré en otra oportunidad), me niego
férrea e ideológicamente a ver películas pirateadas, ya sea quemadas o
descargadas. Como era de esperarse considerando el estado actual de la economía
venezolana, tamaño capricho me impide haber visto todos esos clásicos que un cinéfilo
debe ver antes de cumplir veintiún años de edad, así como el estar al día con
lo último del cine mundial.
Dado lo anterior, fue muy reconfortante el
que las exhibidoras locales de cine, a diferencia de lo sucedido en
oportunidades anteriores y a pesar de la grave crisis que nos azota, hubiesen
logrado estrenar ocho de los nueve films nominados por la Academia de Artes y
Ciencias Cinematográficas a mejor película de 2013.
La novena que no
llegó a tiempo fue una llamada Nebraska, que quizá no lo
hizo porque su estreno no fue un evento noticioso, porque no cuenta con un
elenco estelar -o manquesa joven- o porque fue rodada en blanco y negro
(probablemente la respuesta sea: todas las anteriores) y si bien debo reconocer
el esfuerzo de quienes pudieron importar la casi totalidad del roster finalista, la ausencia de esta
pequeña y nada-famosa obra me produjo alguna tristeza, debido a que se trata del
más reciente trabajo de uno de los pocos directores cuya obra jamás me ha decepcionado:
Alexander Payne.
La revolución
francesa, pese a que sólo duró diez años, es uno de los períodos más
fascinantes y atractivos de la historia universal. De ahí que, 225 años
después, aún abunden las novelas, películas, series de televisión y hasta
videojuegos que se ambientan durante la misma; en especial alrededor del que
parece ser el momento más conocido por el imaginario colectivo de todos los que
se sucedieron en aquellos turbulentos
años, la “toma de la Bastilla” (14 de julio de 1789). La singular preferencia
por dicha fecha muy probablemente se deba a que, además de su particular simbolismo
en el contexto de la monarquía absoluta dieciochesca, los franceses desde muy
temprano vieron en ella la máxima expresión de lo que su influencia podía
alcanzar y generar en el mundo. De ahí que, consecuentemente, su conmemoración la hayan convertido en su gran fiesta nacional, equivalente al 4th of July de los americanos.
Dadas las
implicaciones de lo anterior, es normal asumir que ya no hay necesidad de escuchar
otra vez el cuento sobre aquel trascendental día, y que podríamos esperar, de parte
de los nuevos narradores, historias [stories]
enfocadas en algunos de los otros eventos entre los muchos ocurridos durante aquellos
diez años revolucionarios, muchos de los cuales han recibido inmerecida poca
atención: la Marcha de las Panaderas, la Huida a Varennes, las Masacres de
Septiembre, el juicio y ejecución del rey, la Fiesta del Ser Supremo y la Diosa
Razón, El Terror, la Reacción de Thermidor, la Conspiración de los Iguales o
los golpes de estado de Fructidor y de Brumario; eventos todos estos, créanme,
sobradamente novelescos.
No puedo dar plena garantía de que lo que voy a contar sucedió tal y como digo que
sucedió, pero todo parece indicar que fue en 1982, dado a que muchas de las cosas abajo mencionadas se conseguían en abundancia sólo antes del
tristemente célebre Viernes Negro (18 de febrero de 1983). Sin embargo, eso implica ya de entrada el primer escollo metodológico, porque entonces yo, que nací a comienzos de 1979, tendría sólo 3 años de edad... ¿Hasta qué punto uno conserva recuerdos de tan tempranos años? No tengo ni idea, pero podría explicar entonces porqué la anécdota está compuesta nada más que de imágenes fraccionadas y recuerdos borrosos.
Por fortuna, nada de lo anterior importa realmente, lo importante es que en un día cualquiera de mi muy-temprana infancia -imagino
que algún sábado- fui con mi mamá a un bazar chino que quedaba en el Centro
Comercial Cada de La Florida en donde, mientras ella era atendida, yo me quedé viendo unos
juguetes que pendían de un mostrador giratorio. En dónde ocurrió todo y por qué estábamos ahí no lo recuerdo yo, obviamente, lo sé porque me lo contó ella, mi mamá, pero yo sí recuerdo que los juguetes en cuestión eran “figuras de acción”,
muñecos antropomórficos con nombres y roles específicos y que pertenecían a una
colección muy de moda por aquel entonces: Star Wars.
Había varios con diferentes formas y todos me parecían súper atractivos,
fascinación ésta que se me debe haber notado en la cara, porque mi mamá se decidió a regalarme uno de inmediato pero dejándome a mí que escogiera. En mi cabeza persiste el
recuerdo de darle vueltas al coso aquel de donde pendían los juguetes, de esos blancos, giratorios y que por mi tamaño se extendía hasta el
cielo, y quedarme fascinado por lo atractivo de los muñecos. Uno era verde (Greedo), otro marrón con azul y bastante grotesco (entonces llamado Hammerhead pero que luego llamarían Momaw Nadon) y otro, también marrón, que fue el que finalmente escogí. Según cuenta aún mi
mamá, yo sólo dije “el monito, mami, quiero el monito...” para referirme al muñeco que resultó ser el wookiee Chewbacca.
Cuando un
estudio/distribuidor promociona sus películas, suele resaltarles lo que cree
será más atractivo para el mayor número de espectadores. Esto, obviamente, lo
hace porque, por más artístico que sea el medio, el producto realizado es
también una pieza comercial destinado a la venta o, lo que es lo mismo, que el
cine necesita vender, en aras de seguir creando arte y puestos de trabajo. Y
como hacer una película cuesta mucho, necesita entonces venderse también mucho.
Comienzo diciendo
estas perogrulladas, porque a veces pasa que la campaña específica escogida por
el equipo de publicidad y mercadeo no termina siendo la más indicada o, quizá
sea mejor decir, no la más indicada para revelar la verdadera naturaleza -o “el
valor escondido”- de la obra en cuestión.
Tal es el caso de
la última joya histórico-politológica que nos llega de Dinamarca: En kongelig affære (“La reina
infiel” en nuestro mercado hispano), un drama centrado en el affair entre un médico de la corte
danesa y la mismísima reina, allá por los años ‘60s y ‘70s del siglo XVIII,
justo cuando desde Francia emanaba aquella famosísima explosión intelectual que ha dado en conocerse como La Ilustración.
Miren, como
pudieron darse cuenta si leyeron mi más
reciente entrada a este mismo blog, últimamente sólo ando interesado en
hablar de mí y de mis crisis existenciales… Pero coooñooo de la madre, no puedo
evitar angustiarme por lo que leo en los timeline
de mis Facebook y Twitter, así que haré una pausa en mi “yoismo” compulsivo para
decirles lo siguiente:
¿De verdad ustedes
pensaban que del diálogo del jueves tenía que salir ya un acuerdo y una
solución a nuestro problema HISTÓRICO? ¿Qué edad tienen uds., que miden todo,
cual si niños, con una escala de inmediatez como si el mundo se fue a acabar
mañana?
La naturaleza de
nuestro conflicto es tan grave precisamente porque ambas partes estamos
supremamente convencidas de la validez universal de sus postulados, lo cual no
nos deja dudas sobre la necesidad de imponérsela al otro, tal y como el Sol nos
impone su monótono circular de este-a-oeste todos los putos días, así no lo
queramos o no nos parezca justo.
Una crisis de
tamaña profundidad no se va a solucionar de una sentada, mucho menos frente a
las cámaras... Pero una verdadera salida (una de verdad, no esa catarsis
focalizada que son las guarimbas del sur-este caraqueño), REQUIERE Y DEMANDA
DIÁLOGO, y para ese diálogo, las partes debían comprometerse en público sobre
la necesidad de hacer sus diferencias a un lado... Y para eso pasó lo que pasó
el jueves y yo lo celebro.
Eso de mi parte es…
¿Ingenuo? ¿Zoquete? ¿Sesgado?… Perdón, pero más ingenuo, zoquete o sesgado me
parece creer que una única reunión iba a curar al país o que no hay que creer en negociaciones porque nadie va a dejar de pensar como ya piensa. El país está dividido en dos mitades que sólo se escuchan a si mismas... Grave, porque es el paso previo para que inicie una guerra civil. De tal
modo, como yo no quiero matar a nadie (por más que me provoque), prefiero
sentarme a dialogar con mi enemigo histórico para ver cómo evitamos seguir
destruyéndonos.
Ya hay una agenda y
un compromiso público de seguirla. Vendrán más reuniones, estas sí privadas, en
la que los rencores, insultos y desconfianzas serán expresados de maneras mucho más desagradables, pero sin embargo, algo fluirá, y como ha demostrado la Historia,
podremos sentar las bases para unas nuevas reglas de juego, que será hoja de
ruta para salir de la crisis actual. Exijamos ahora que se cumpla ese
compromiso. Gracias y hasta la siguiente reunión.
EDITADO: hagan click aquí para ver todos los videos del debate.
Y ahora, si me lo
permiten, volveré a hablar de mí o de las películas que he visto recientemente (temas de mis próximas entradas… Stay
tune!!).
Nunca está de más
explicar por qué uno hace, dice o piensa lo que se ha hecho, dicho o pensado en
alguna oportunidad; sobre todo si se cree que con el propio ejemplo se puede
ayudar a los demás a entenderse a sí mismos.
Resulta que en
algún punto del año 2012, se me ocurrió autodefinirme en la biografía de mi
cuenta Twitter como “Arrogante por naturaleza, ególatra por convicción”, pero sin
tan siquiera detenerme a pensar en las definiciones exactas de cada término y
las especificaciones que distinguen a uno de otro.
Y es que por
aquellos días acababa de finalizar mi curso de historia grecolatina en la
Escuela de Comunicación Social, materia en donde una de las cosas que enseño es
la evolución de un elemento cultural que, pese a sus cambios, sigue siendo el
mismo: el culto a los héroes, esos que antes llamaban Aquiles y Odiseo y los
cantaban en poemas o representaban en el teatro y que ahora llamamos Superman y
Batman y los leemos en comics o vemos en el cine.
Uno de mis conflictos existenciales con la forma de arte que más adoro, el cine, es el
hecho de que una gran cantidad de películas -quizá incluso la inmensa mayoría- son
adaptaciones de obras literarias. Esa característica me molesta debido a que la
narración escrita tiene una estructura significativamente distinta a los de la
narración audiovisual y depende de herramientas de otra naturaleza.
Un libro puede
matear en una sola oración lo que al lenguaje audiovisual le cuesta un mundo
transmitir y hacer entender. Pongamos por ejemplo cada uno de los libros de
Harry Potter, en los que los protagonistas se enfrascan en una aventura a
todo lo largo del año escolar. Son siete libros, son siete años, que comienzan cuando
Harry acaba de cumplir 11 y terminan cuando está a punto de cumplir los 18. Dado
que sus peripecias transcurren al mismo tiempo que son alumnos de una escuela
para magos, la narración necesita transmitirnos la sensación de que el dichoso
año escolar está corriendo y se les vienen los exámenes encima, con total independencia
de las fuerzas oscuras que los niños creen los acecha entre un salón de clase y
otro. Para ello, muchas veces a J.K. Rowling le bastaba con decir algo así como
“Después de aquel Halloween, no supieron más del asunto, por lo que lo dieron
por superado y siguieron con sus clases hasta las vacaciones de Navidad”…
¡Presto! De un solo plumazo adelantó la historia un mes y medio y nos dio a
entender que la vida había seguido business as
usual.
Una de las
películas que más me ha gustado en lo que va de esta segunda década del siglo, ha
sido la maravillosa Shame, cuya
debida reseña me queda pendiente para otra oportunidad. Por ahora resumiré en
que, para mí, su perfección residió en la combinación de dos características
pocas veces halladas juntas: el recordar que cine significa “escribir con
imágenes en movimiento” -ergo, contar una historia a través de las imágenes- y
el confiar en la inteligencia de la audiencia, dejándola interpretar lo que
quiera; si no entendió, allá ella. Tamaño atrevimiento, concluí, sólo podría
realizarlo un director que fuere inteligente, culto, pero sobre todo, con un
buen par de cojones. Investigué al llegar del cine y descubrí, para mi
sorpresa, que se trataba de un cuarentón británico con la experiencia de muchos
cortometrajes pero una sola larga-duración. “De este tipo he de estar
pendiente”, me prometí al instante.
No tuve que esperar
mucho, ya que al poco tiempo se anunció que dicho director, llamado Steve
McQueen, estaba entregado a la preproducción de un biopic, una película biográfica real sobre un afroamericano que,
habiendo nacido libre en New York, fue secuestrado y vendido como esclavo en
los mercado del sur de los EEUU, teniendo que pasar doce años de su vida en
varias plantaciones del estado de Louisiana justo antes de la Guerra Civil… “Zaz
¡Noo ¿Por qué?!”, me dije. Y es que a mí no me entusiasman los biopic (mis razones las puse por escrito
aquí).
Además, aquello me sonaba como una temática ya muy trillada y como un drama muy
necesitado de diálogo. Chimbo, porque lo que justamente me había gustado tanto
de Shame había sido su temática
inusual y su tratamiento innovador, siendo lo primero la clave de lo segundo. O
eso pensaba yo.
Las películas
que quieren hacer crítica a la religión, suelen ser maniqueístas al punto, es
mi parecer, de que todo mensaje se pierde. No es el caso de la última película
de Stephen Frears, Philomena.
No al menos para quien sabe mirar y escuchar con atención.
Antes de entrar en debates
fílmicos, agarraré el toro por los cuernos para dejar claras mis convicciones:
sí, en nombre de la religión cristiana se han cometido excesiva cantidad de abusos
pero, pese a ello, sigue siendo, si sumamos todas sus distintas denominaciones
y variantes, la primera religión del planeta o, lo que es lo mismo, sigue
siendo la más extendida cosmovisión sobre cómo y por qué está organizado el
mundo y cuál debe ser nuestra manera de relacionarnos entre nosotros y con ese
vasto universo que, según, alguien
creó.
Philomena no es una película que se
meta en tamañas profundidades. No esperen grandes debates
antropológico-filosóficos acerca de si la religión sigue cumpliendo algún rol
en nuestra sociedad o de si ya va siendo hora que nos libremos de la fe,
cualquiera que esta sea, y nos metamos de lleno en lo que Auguste Comte llamó
“la fase positiva”, última en la evolución del pensamiento humano… ¡No! La
película de Frears es la adaptación de un libro de periodismo investigativo publicado
en 2009 por el británico Martin Sixsmith y trata sobre la búsqueda hecha por una
irlandesa, llamada Philomena Lee, de su hijo “perdido”.
Si hay alguien que
desde chiquito -literalmente- se ha metido en problemas por decir lo que
piensa, soy yo. Ha sido así para bien o para mal y muchas veces complicando incluso
a otras personas. A veces eran meras tonterías y otras, serias trifulcas. Tal
experiencia me permitió desarrollar una amplia capacidad de negociación y una
labia del carajo para salirme de los problemas que yo mismo [me] causaba y, sin
embargo, toda resistencia tiene un límite y al mejor cazador se le escapa la
liebre, es por eso que he decidido desentenderme de lo que está pasando y dejar
de comentar al respecto por algún tiempo.
Expondré muy
brevemente -para garantizar que se me lea completo- algunas observaciones
parciales sobre los recientes sucesos políticos en el país.
La noche del
miércoles llegué a decirme “Zaz: ¡ahora sí como que se armó! …febrero siempre
tan cálido.” Pero al mediodía del jueves me convencí de que esto no pasaría de
ser más que una aislada explosión de desespero por parte de quienes no tenían
edad para haber participado en las explosiones de desespero del período 2002-2004.
Es, como quien dice, su turno de hacerse oír.
A tiempo para la
temporada de premios llega a nuestras salas la última película que nos regalara
Martin Scorsese el día de Navidad: The Wolf of Wall Street (literalmente,
El lobo de Wall Street en nuestro
mercado hispano) la cual trataré de definir mediante el exagerado ejercicio de
resumirla en una oración: es Goodfellas en (más) cocaína.
En realidad no es
una trama como la de Goodfellas -hampones
neoyorkinos y su modo de vida lujoso- sino más bien… Estafadores neoyorkinos y
su modo de vida lujoso. Suenan idénticas, pero la sutil diferencia en la
naturaleza del delito -y al pecado del que derivan- da para contar una historia
completamente diferente.
Ok, es cierto,
ambas cintas se parecen y no sólo en la temática: la técnica narrativa, eso que
Aristóteles llamó ἦθος, πάθος
y λóγος, también
recuerdan a los del clásico de 1990. Empecemos con algunas de las similitudes:
Me dijo una vez mi
papá que a él cuando estudiaba periodismo en la Universidad Central le
enseñaron que “lo bueno, si breve, dos veces bueno; si malo, menos malo”. Es por
eso que seré breve y conciso, para ver si mi mensaje se capta.
Compatriotas
chavistas: detesto lo que el gobierno que ustedes eligieron le ha hecho al país
y le ha hecho a mi vida (leer esta
otra entrada), pero aunque por ahora me niego fieramente a esa alternativa,
yo al final me podré ir a vivir a otro lado y estaré, pese a lo nostálgico,
tranquilo con mi conciencia, porque estaré siendo completamente consecuente: me
habré ido a vivir a un sitio cuyos valores y organización son los que quisiese hoy
disfrutar en mi país. Ustedes no, ustedes tienen dos opciones incoherentes: quedarse
en esta mierda que han creado y que les gusta en grado orgásmico o ser
inconsistentes e irse a vivir afuera, como yo, pero traicionando lo que dicen
creer y apoyar… Jódanse.
Por ahora yo me
jodo junto con ustedes, pero mi resistencia tiene un límite. Si se quiebra, me
iré a vivir mejor mientras ustedes sólo vivirán peor y sin poder hacer nada
para cambiarlo, so pena de tener que darme la razón. Fin.
No sé si una imagen hable más que mil palabras, pero en este autorretrato resumo perfectamente lo que les quise decir arriba.
Nunca he sido
chavista ni lo seré jamás. No lo fui cuando intentaron el golpe de estado en
1992, ni cuando se lanzaron a la presidencia en 1998, no lo fui cuando promovieron
una nueva constitución, ni cuando se les murió el líder galáctico ¿Por qué? Por
ene cantidad de motivos, pero me
basta con uno solo para considerar a Hugo Chávez y a su gente como el peor
presidente que ha tenido Venezuela desde, al menos, 1936 (aunque fácil podría
decir que en toda su historia republicana). El motivo es el siguiente:
destruyeron el poco Estado que llegamos a tener alguna vez.
"Leviathan", por Thomas Hobbes, 1651.
Primera gran teorización del Estado.